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El ingeniero Manuel Pellegrini hace historia de nuevo

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[media-credit name=”Fotografía: El Mundo” align=”aligncenter” width=”1600″]city-psg[/media-credit]

El ingeniero Manuel Pelligrini repite la historia desde hace hace una década atrás cuando este dejo al Villareal en semifinales de la Liga de Campeones , ahora lo volvió hacer al mando de Manchester City , hoy derrotó por 1-0 al PSG.

Según señalo el diario español ‘El Mundo‘ , hace diez años, Manuel Pellegrini desencajó mandíbulas con el Villarreal en la Liga de Campeones. Hoy, una década más tarde, repite la hazaña. La diferencia es que nadie apostaba por aquel equipo vestido con el amarillo de la mala suerte, y la cuenta corriente convierte a su Manchester City en un obligado candidato a la victoria. Mantiene el técnico chileno su porte y su corte de pelo característico, pero luce unas ideas revitalizadas, sabedor de que el tiempo se agota pero el prestigio debe continuar.

Sobre todo cuando sabe desde hace tiempo que su despacho ya tiene otro propietario, que su asiento en el banquillo tiene fecha de caducidad y que marcharse con una Copa de Europa sería un portazo perfecto antes de la llegada de Pep Guardiola. Con ese panorama, ha conseguido clasificarse por segunda vez en su carrera para las semifinales de la Liga de Campeones. La primera en la centenaria historia de los mancunianos tras vencer a otro equipo con el dinero por castigo, el Paris Saint Germain.

Fue gracias a un golazo de Kevin de Bruyne en la segunda mitad, con el PSG dominando el partido aunque repudiando la claridad de ideas. Abrazado al esfuerzo de Sergio Agüero en un encuentro de dominio galo pero inteligencia mancuniana, el City aguardó un renuncio de los parisinos para dar el golpe de gracia tras el empate a dos de la ida. Ahora, y a escasas semanas para poder entregar las llaves del piso a Guardiola, Pellegrini sueña con emular a Jupp Heynckes cuando se fue del Bayern de Múnich: dejando encima de la mesa un regalo envenenado a Guardiola. Para ello, deberá tener más suerte que hace diez años. Mejor no mentar de nuevo el penalti de Juan Román Riquelme, su héroe y su villano.

Con todo, la primera parte del partido fue como uno de los últimos conciertos de Oasis: una oda al caos. No tanto por las disputas entre los hermanos o unos inoportunos problemas de sonido, como aconteciera en alguna infausta velada, sino porque ninguno de los dos equipos era capaz de mantener el ritmo del espectáculo. Los parisinos se arriesgaron con tres centrales en la retaguardia y los laterales Van der Wiel y Maxwell ascendiendo la cima de los costados todo el rato. De esa manera, la posesión pronto fue su aliada, aunque de poco les sirvió. Sólo un lanzamiento de falta de Zlatan Ibrahimovic inquietó algo a los mancunianos en 45 minutos. Pobre bagaje para una escuadra que deseaba estar en semifinales del torneo de la pelota con estrellas por primera vez.

Por el contrario, es evidente que se las comienza a saber todas Manuel Pellegrini. Firme defensor de que sin el balón no es nada ni nadie, ha aprendido con el paso de los años a convivir sin él en su domicilio. Como el crío que descifra cómo dormir sin una luz encendida para no tener miedo. De esa manera, cedió gentilmente el esférico a los galos en los momentos más estratégicos y depositó toda su esperanza en aquel muchacho que ya quiso reclutar sin éxito para el Villarreal. Sin embargo, en esta ruleta ganó la banca.

Sergio Agüero tuvo el partido en sus botas, pero éstas no cumplieron sus deseos. El delantero se mostró como su corte de pelo, desastroso. Rapado a los costados y con una especie de cresta, jugó a ser punk. Como el balón. Se rebeló contra el sistema establecido del City, contra la puntería del Kun. Primero escupió fuera dos ocasiones clarísimas en las que mezcló su físico con la velocidad. Y luego, en cuestión de cinco minutos que pudieron cambiar todo, se marchó fuera tras un penalti de manual de Trapp al argentino. Seguro que al entrenador chileno le vino a la memoria otra pena máxima, de otro argentino, aunque hace diez años. Cuando Riquelme descubrió qué era un punto fatídico en la Champions frente al Arsenal. Por eso mascaba la rabia, aunque no habría para tanto.

Poco cambió la historia tras la reanudación. Ibrahimovic repitió la jugada del primer tiempo con la misma suerte. Es decir, ninguna. Insistían los hombres con la Torre Eiffel en el escudo, básicamente porque les iba el sueldo y la vida en ello. Aunque la posesión sin acierto es como una cita a ciegas sin pareja. Así fue como los parisinos se dejaron de romances, tiraron el ramo de rosas al césped y se abalanzaron hacia la portería del Manchester City. A la desesperada, cual amante de discoteca cuando las luces están a punto de encenderse. A la desesperada y sin importar qué labios se ponen por delante.

¿Y el City? Tranquilo. La desesperación crea surcos de esperanza en el bando contrario. A mayor control rival, más espacios para los citizens, con Agüero incrementando su destrucción de defensas gracias al ruido que hacían David Silvay Jesús Navas. No obstante, la clave estaba en las pulsaciones. Aquel que controlara mejor su riego sanguíneo, se comería el pastel. Tenía más gula el PSG, apoyado en el estómago de Van der Wiel y la insistencia de sus atacantes. Pero quien se llevó el dulce a la boca fue el equipo celeste.

 

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