Las nuevas tecnologías: ¿regalo o condena?

La Inteligencia Artificial: un regalo prometeico

Como cada gran avance de la humanidad, la inteligencia artificial será iluminación o pira. El desafío no penderá de un algoritmo, sino de la nobleza del factor humano y de los límites que imponga a su implementación en el futuro.
jueves 14 de agosto de 2025

El efecto Prometeo: el don ambivalente

La analogía entre la inteligencia artificial (IA) y el fuego robado por Prometeo puede ser iluminadora para pensar nuestro presente y, seguramente, el futuro que  comienza a realizarse.  

El regalo de Prometeo en la mitología  ilumina y abrasa: es una luz que despierta asombro, pero exige vigilancia.

Como el fuego encendido en tiempos remotos, la IA abre puertas que revelan maravillas, pero también insondables grietas morales. Sus chispas portan progreso, sí… pero también pueden devorar si no se las doma con sabiduría.

El fuego. Prometeo

En el mito, Prometeo roba el fuego —símbolo de conocimiento y poder— para entregárselo a la humanidad.

El —entonces— nuevo elemento permitiría vertebrar civilización, calentar hogares y cocer alimentos; su nacimiento marcó la transformación de nuestra dieta, alimentó el crecimiento de nuestro cerebro, y consolidó a nuestra especie. Todo ello lo registran los griegos en sus historias fundacionales.

Pero el mito también advierte un peligro: el fuego mal empleado destruye. Y por eso Zeus, temeroso, habría detenido el acceso del hombre al fuego, de no ser por Prometeo. Aún hoy, llamamos “armas de fuego” a aquello que no suele arrojar llama y es capaz de devastar vidas. Una reminiscencia lingüística, el antiguo eco de ese don que puede convertirse en maldito.

La IA, como aquel fuego mítico, contiene en su esencia esa misma ambivalencia: puede elevar o destruir, iluminar o abrasar, según el pulso que la maneje.

IA: la nueva llama prometeica

La llegada de la IA a nuestra época se siente como aquel fuego primigenio: una fuerza que divide el antes del después. Quizá parezca hiperbólico pensar que estamos al borde de un nuevo umbral histórico, tan profundo como aquel que separó la prehistoria de la historia. La IA, que absorbe y procesa datos con un ágil destello, plantea interrogantes que trascienden la técnica: ¿confiamos de más en su autonomía?; ¿la dejamos tallar nuestro juicio sin supervisión? En medicina, educación, industria… la IA exige que nuestras decisiones sean más profundas, más humanas.

Vigilancia ética y prudencia compartida

Contemplar este fuego moderno requiere mayor sabiduría. Desde el Vaticano, en la nota Antiqua et nova se afirma que la IA debe “utilizarse como herramienta complementaria de la inteligencia humana, y no pretender sustituir en modo alguno su riqueza peculiar.”

 No debiera tratarse de una inteligencia alternativa, sino de un producto al servicio de lo humano, sin capacidad para discernir el bien, lo bello o lo verdadero.

El Papa Francisco, a través de este documento, aconsejaba algo inquietante: que no permitiera el hombre que la IA decida sobre la vida ni sobre la muerte, pues solo la persona humana puede abrazar verdaderamente la dignidad y la responsabilidad moral. Esa advertencia resuena como un murmullo antiguo: "que ninguna máquina aspire a la tarea sagrada de juzgar lo humano".

Por su parte, Satya Nadella, al reflexionar en el Foro Económico Mundial sobre los datos que alimentan estas inteligencias, recordó que “la privacidad debe considerarse un derecho humano”; no basta proteger datos: es urgente que la persona controle cómo se usan sus propios rastros digitales. Esa dignidad del dato es una semilla de justicia en el terreno vasto de la IA.

En este sentido, en un evento reciente sobre implementación de IA en la banca, resaltó el producto de una firma, N5 —digamos, una voz de este presente tecnológico—, que propone al ser humano como comandante de asistentes artificiales inteligentes. “Comandante” que está por encima de las IAs y tiene la tarea de conducir sus fuerzas.

Quien pudiera oír la descripción en clave mítica vería en el “comandante” el cochero de un carro ígneo. Un conductor y líder que encamina, como en la alegoría del carro alado, las fuerzas del fuego para que la llama, las semillas de sabiduría, no quemen, sino ardan mientras construyen un camino más luminoso y justo para todos.

Que el regalo de Prometeo sea esta vez un espejo claro: si en la prehistoria el fuego encendió la chispa de la civilización, también guardó la advertencia de su desatada furia.

La IA, nuestra llama de hoy, puede alumbrar un nuevo amanecer o arder como incendio en nuestras certezas.

El papel humano es lo que hará la diferencia. Los “Comandantes”, que conduzcan el carro de fuego deberán estar dotados de profunda humanidad:  de ética, razón, corazón y espíritu. Cuidar que la llama dialogue con el bien común, que permanezca bajo el pulso de lo humano, es nuestra responsabilidad irrenunciable.

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