Cien historias de tiempos lejanos, increíblemente vigentes
El Decamerón de Boccaccio: un clásico de las crisis

Literatura de crisis: El Decamerón
En el siglo XIV, cuando Florencia ardía en fiebre y la peste negra parecía borrar toda esperanza, Giovanni Boccaccio imaginó un refugio insólito: diez jóvenes que huyen del horror y, para sobrevivir al miedo, inventan un juego. Cada día, durante diez jornadas, narran una historia. Así nació el Decamerón, esa extraordinaria colección de cien cuentos que aún hoy nos habla al oído.
Lo fascinante es que no lo hace desde la solemnidad, sino desde la vida. Los relatos son cómicos, eróticos, trágicos, irónicos; celebran el ingenio humano tanto como denuncian la corrupción del poder o la hipocresía eclesiástica. Allí está condensada una lección que no caduca: cuando el mundo se oscurece, la imaginación se convierte en salvación.
El recurso del “relato dentro del relato” no era del todo nuevo: en Oriente ya existía la maravillosa tradición de Las mil y una noches, donde Sherezade mantiene su vida a salvo gracias al poder de contar historias. Boccaccio, en cierto modo, traslada ese mecanismo a la Europa renacentista: allí donde Sherezade lucha contra la muerte a través de la palabra, los jóvenes florentinos se protegen de la peste creando un universo de ficción. El vínculo entre ambas obras revela algo esencial: la narración como salvación, como puente entre el miedo y la esperanza.
Erich Auerbach escribió en Mimesis que el Decamerón es la primera gran obra de prosa europea en la que la vida cotidiana adquiere densidad artística. Y tenía razón: frente a la abstracción medieval, Boccaccio pone en escena comerciantes, frailes, mujeres astutas, amantes torpes. Personajes de carne y hueso que, como nosotros, buscan reír, desear, engañar o simplemente sobrevivir.
Francesco De Sanctis lo llamó “el poema de la burguesía naciente”, porque captó como pocos el espíritu práctico y vitalista de una sociedad en transformación. Benedetto Croce, por su parte, lo definió como una obra “que respira humanidad, donde la ironía se combina con la piedad”. Y siglos más tarde, Italo Calvino, siempre lúcido, subrayó su modernidad: “El Decamerón es el libro en el que el placer de contar se convierte en arte, y el arte en espejo del mundo”.
No es casual que haya inspirado a Chaucer en Los cuentos de Canterbury y que su eco resuene en Cervantes. Es que Boccaccio no solo escribió un libro: inventó un modo de narrar. Abrió la puerta a la novela moderna, a la pluralidad de voces, al realismo que se atreve a retratar lo vulgar y lo sublime en el mismo plano.
Hoy, cuando atravesamos nuestras propias incertidumbres globales, leer el Decamerón no es un ejercicio erudito, sino un recordatorio: la cultura no se detiene ante la crisis. Boccaccio nos muestra que incluso en medio del desastre se puede inventar belleza, y que contar historias no es un pasatiempo: es una forma de resistencia.
Seis siglos después, los cien cuentos del Decamerón siguen vigentes porque hablan de lo que nunca cambia: el ingenio, la pasión, la fragilidad humana. En tiempos de peste o en tiempos de algoritmos, seguimos necesitando relatos para entender quiénes somos.