La poeta española Concha García juega en este nuevo poemario con la fusión del espacio y el tiempo.
La poesía del espaciotiempo

En la poesía española contemporánea, Concha García (La Rambla, 1956) se ha consolidado como una de las voces más singulares por su capacidad de convertir lo cotidiano en materia de interrogación existencial. Su libro Lugares (Cuadernos Romero, 2024), se despliega como un mapa íntimo en el que cada espacio, lejos de ser neutro, se convierte en archivo de memoria y tiempo.
Se trata de un viaje con el sentido tópico que la tradición literaria propone: un movimiento tanto en el espacio como en el espíritu. La poeta no describe lugares como meros escenarios. La faz espiritual del viaje se relaciona con comprender el paso del tiempo. Son los “Lugares” que revelan la temporalidad que los atraviesa.
En “Olesa de Montserrat”, el primero de sus poemas, la cruz de piedra observada “a lo largo de mi vida” expresa una exclusión que se ha repetido con cierta circularidad. En virtud de que la cruz es la imagen que suscita esta sensación, tal vez refleje algo relacionado con la Iglesia dogmática, o con la religión confesional, litúrgica o ritual, que no supo integrar sino expulsar.
En “Estación FGC Olesa de Montserrat”, la figura del padre en el andén aparece desdoblada: la espera de antaño y la llegada “varios años después” se confunden en un mismo espacio, como si el tiempo no siguiera su curso lineal, sino que se plegara en la memoria. “Los tiempos se entrecruzaban/ y se hacían añicos/ dejando una serie de secuencias/fuera de todo orden.”
Esa misma superposición temporal aparece en “Carretera de Sierra del Segura”, donde la voz reconoce que los recuerdos se ordenan como “secuencias de un lugar a otro transitando sin orden”.
Aquí no se ve una memoria controlada, voluntaria, ordenada por la razón en el relato identitario. En cambio, este proceso reproduce lo instantáneo e inmanejable de la memoria como un palimpsesto en que se inscriben todos los recuerdos sin orden. Por ello la montaña devuelve caracolas fósiles que inscriben la dimensión temporal geológica dentro de la experiencia presente.
En “Habitación 202 en el Hospital de San Juan de Dios” La referencia a la rotación de la tierra resalta la identificación entre espacio y tiempo.
“Si la tierra dejara de moverse/ alinearía lo oculto y todo/ sucedería al mismo tiempo/ Esto y aquello, lo otro y tanto.”
Esta imagen revela una metafísica poética que indaga no sólo en la historia íntima del yo poético sino en la naturaleza del ser. Desde el universo hasta el constelar interior de la emoción.
“Los estados de ánimo/ bolas de billar, cuentas de rosario, /movimientos, alcanzando/penumbra en agujeros con salida,/ocaso en la mente, ascender /a la sabia compostura del azar.”
Y en “Carretera de Jaén a Córdoba” el paisaje se ilumina con una revelación metafísica que transforma el trayecto en reflexión. No parece ser la poeta quien así lo ve. La pregunta es sobre lo divino, o mejor, sobre el Ser. Allí la Unidad, nombre que se le ha dado a Dios, tiene una impronta inmanente. Dios, entonces, es la reunión de todo lo que es y está. A la poeta no parecen preocuparle del todo estas disquisiciones. En su recepción lo emocional tiene más fuerza, “…Era tan hermoso escucharte, sentir que era verdad porque lo creías.” El verso suena como si se dijera “el amor hacia alguien, suscita el abrazo a esa verdad que sostiene.”
La profundidad del planteo toca una sutileza de nuestras creencias que no tendemos a revisar y sin embargo ahí está. También en lo religioso opera algo semejante: Porque creo en Buda/Cristo/Mahoma, creo todo lo que dice.
Sin ningún afán de polémica, la poeta deja abierta esta puerta pesada con la que casi nadie se atreve.
Desde la “ Ventana del apartamento de La Nogalera” una escena trivial —una mujer meciendo a su bebé— se convierte en posibilidad de “hacer años de todo esto”.
En Casa familiar. Olesa de Montserrat la voz reconoce que “la casa no se ha hecho más pequeña, he sido yo/ que me he llevado todo/ lo que había en los cajones”. No son los espacios lo que tiene valor sino las experiencias que los han vivificado, los seres que los han habitado.
Es en “Cristo de los Favores, con mi familia” donde el misterioso decir de la poeta abre las puertas a otras tantas percepciones de su poesía: “No hay ningún estudio/ que avale por qué/ no impedí que los viera/ como una cohorte de ángeles.”
En Atardecer. Carretera de Palma del Río, lo azul se universaliza en una declaración total —“Lo azul es todo”—. En este sentido, una referencia (consciente o no) al “Azul” de Rubén Darío y también a la tradición cromática que pone ese color entre los atributos del infinito.
En Habitación de hotel, las “siete alas de pájaros” sugieren que incluso lo efímero del hospedaje puede abrirse al deseo de trascendencia, como ha sido dicha la mutabilidad en “Regando las macetas” y la caducidad de “todos los disfraces que tuve”.
Y, en la “Procesión de Semana Santa de la Virgen de la Soledad”, la escena ritual se entrelaza con voces filosóficas —de Agustín a Foucault—, superponiendo el tiempo religioso con la historia del pensamiento.
El libro concluye con En un libro de poemas, donde la escritura misma aparece como espacio, como lugar en el que los tiempos se sostienen o se burlan de nosotros. Allí la poesía se reconoce como cronotopo, un territorio en el que el tiempo se espacializa y el espacio se temporaliza, recordándonos que leer un poema es siempre habitar simultáneamente lugar y duración.
En Lugares, espacio y tiempo de la experiencia vital se funden en la poesía, unico lenguaje que puede recrearla. Lo que se habita es lo que se recuerda; lo que se recorre es lo que se transforma. Pero el temor de que este recorrido, que es imagen del trayecto total de la vida, haya sido en vano, nunca se agota. Y aquí es donde el poemario alcanza su mejor realización
“Algunas veces temo que lo que llamo cimiento
sea atravesado por el árbol viejo de agudas formas
y los momentos caigan derretidos en charcos,
que pasar por un camino no sea irse ni llegar,
sino acumular distancia.”
Concha García inscribe su escritura en una tradición que dialoga con la fenomenología del espacio de Bachelard y con el cronotopo de Bajtín, pero lo hace desde una subjetividad que convierte lo íntimo, lo cotidiano y lo femenino, en territorio de pensamiento. Así, la poeta nos recuerda que lo verdaderamente poético no está en la geografía externa, sino en la intensidad con que un instante —en una estación, un balcón, un hospital o una carretera— puede volverse eterno, azul…