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Catástrofe climática, colapso, democracia y socialismo: Debate Noam Chomsky, Miguel Fuentes, Guy McPherson

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Noam ChomskySe presenta a continuación la primera parte de la entrevista-debate “Catástrofe climática, Colapso, Democracia y Socialismo” entre el lingüista y cientista social Noam Chomsky, uno de los intelectuales más importantes del último siglo a nivel mundial, el investigador social chileno y referente de la corriente marxista-colapsista Miguel Fuentes y el científico estadounidense Guy McPherson, especialista en temáticas de crisis ecológica y cambio climático.

Uno de los elementos más destacables de este debate es la exposición de tres perspectivas que, aunque complementarias en muchos aspectos y enmarcadas en el campo de las posiciones progresistas y de izquierda, ofrecen tres aproximaciones teóricas y político-programáticas diferenciadas ante un mismo problema: la inminencia de un horizonte de cambio climático súper catastrófico y la posibilidad de un colapso civilizatorio cercano. Otro elemento destacable de este debate son la serie de desafíos y retos interpretativos a los cuales se ven expuestas las posiciones de Chomsky, adquiriendo desde aquí esta discusión el carácter de una verdadera “contienda ideológica” entre determinadas perspectivas de mundo que, aunque como decimos comunes en muchos aspectos, se presentarían como finalmente contrapuestas.

En cierto sentido, este debate pareciera retrotraernos, en el terreno de la reflexión en torno a la catástrofe ecológica y el avance del actual proceso de extinción masiva planetaria, a los viejos debates de la izquierda del siglo XX alrededor de la disyuntiva entre reforma o revolución, algo sin duda necesario en el ámbito de las discusiones contemporáneas de ecología política.


1. En una discusión reciente entre posiciones ecosocialistas y enfoques colapsistas entre Michael Lowy (Francia), Miguel Fuentes (Chile) y Antonio Turiel (España), Lowy negó constantemente la posibilidad de un colapso capitalista autoinducido y criticó la idea de la imposibilidad de detener el cambio climático antes de que aquel alcance el nivel catastrófico de los 1.5 grados centígrados de calentamiento global. ¿Crees que el proceso histórico se encamina a un derrumbe global comparable, por ejemplo, a algunos procesos previos de colapso civilizatorio en la historia o quizás a algo aún peor? ¿Puede ser hoy una dinámica catastrófica de cambio climático inevitable? ¿Es concebible un fenómeno de extinción humana cercana como resultado de la imbricación de las actuales crisis climática, energética, económica, social y política propia de la actual sociedad industrial y el camino suicida de la destrucción capitalista?1 (Marxismo y Colapso)

-Noam Chomsky:
La situación es alarmante, pero creo que Michael Lowy tiene razón. Existen medios viables para alcanzar los objetivos del IPCC y evitar una catástrofe planetaria, y también para avanzar hacia un mundo mejor. Hay estudios meticulosos que muestran de manera convincente que estos objetivos se pueden alcanzar a un costo del 2-3% del PIB mundial, una suma sustancial, pero al alcance, solamente una pequeña fracción de lo que se gastó durante la Segunda Guerra Mundial. Reconozcamos aquí además que, a pesar de lo serio de lo que estaba en juego en esa lucha global, lo que enfrentamos hoy sería incluso más significativo por su propia magnitud: está en juego nada menos que la cuestión de si el experimento humano sobrevivirá en alguna forma reconocible.

El trabajo más extenso y detallado que conozco sobre cómo alcanzar estos objetivos es el del economista Robert Pollin. Aquel presenta una reseña general sobre este tema en nuestro libro conjunto “Climate Crisis and the Global Green New Deal”. Actualmente, sus ideas se están implementando en varios lugares, incluidos algunos de los más difíciles, donde la economía se basa todavía en gran medida en el carbón. Otros eco-economistas, utilizando modelos algo diferentes, han llegado a conclusiones similares. Recientemente, IRENA, la Agencia Internacional de Energías Renovables dependiente de la ONU, arribó a la misma estimación sobre las inversiones necesarias en energías limpias para alcanzar las metas del IPCC con el objetivo de evitar un cambio climático catastrófico.

No existe mucho tiempo para implementar estas propuestas. La verdadera cuestión no es tanto sobre la viabilidad de las mismas como de la voluntad para llevarlas a cabo. Hay pocas dudas de que será una lucha importante. Poderosos intereses atrincherados trabajarán sin descanso para preservar sus ganancias a corto plazo al costo de un desastre incalculable. El trabajo científico actual conjetura que si no se alcanza el objetivo de cero emisiones netas de carbono para el 2050, se pondrán en marcha procesos irreversibles que probablemente conducirán a un fenómeno de “Tierra de invernadero”, alcanzándose entonces temperaturas globales impensables de 4 a 5 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales, poniendo con ello fin a cualquier forma de sociedad humana organizada.

Foton

-Miguel Fuentes:
Noam Chomsky destaca en su respuesta anterior la posibilidad de un escenario durante este siglo en el cual se alcance un calentamiento global de entre 4 a 5 grados centígrados sobre los niveles pre-industriales, lo cual según aquel podría significar, literalmente, el fin de toda forma de sociedad humana organizada. Chomsky se suma aquí a lo que están diciendo muchos otros investigadores y científicos alrededor del mundo. Un reporte del Breakthrough National Centre for Climate Restoration en años recientes señala incluso la fecha del 2050 como la más probable para el comienzo de un colapso civilizatorio generalizado, esto como efecto de un agudo empeoramiento de la actual situación climática planetaria2. La idea central sería que, debido a la posible transformación hacia mediados de este siglo de una gran parte de nuestro planeta en inhabitable, se llegaría entonces a un punto de no retorno en el cual la fractura y el derrumbe de los Estados nacionales y el orden mundial serían inevitables. Ahora bien, reglón seguido, Chomsky no tiene problemas en afirmar que los objetivos a cumplir para evitar esta catástrofe y sentar las bases para una transición a las “energías limpias” y una sociedad más justa serían todavía perfectamente alcanzables. Específicamente, Chomsky dice que lo anterior solamente requeriría de una inversión de alrededor un 2-3% del PIB mundial, esto último en el marco de un plan de “reformas ambientales” contenidas en el llamado “Green New Deal” del cual aquel es uno de sus principales defensores.

Detengámonos un momento en lo anterior. Por un lado, Chomsky acepta la posibilidad de un colapso civilizatorio planetario en el transcurso de este siglo. Por otro lado, aquel reduce la solución de esta amenaza a nada más que la aplicación de un “impuesto verde”. Literalmente, el mayor desafío histórico, económico, social, cultural e incluso geológico al cual se ha enfrentado la especie humana y la civilización desde sus orígenes reducido, a grandes rasgos, a un problema de “recaudación financiera internacional” consistente en destinar aproximadamente un 3% del PIB mundial al impulso de las “energías limpias”. Pensemos en esto otra vez. Un peligro que, tal como Chomsky plantea, sería incluso superior al que representó la Segunda Guerra Mundial y que podría llegar a transformar a la Tierra en una especie de roca inhabitable, debería resolverse gracias o bien a una mera “recaudación internacional” de impuestos, o bien a un limitado plan de eco-reformas (denominado como “Green New Deal”) del modelo económico capitalista, esto en el contexto de una situación sociopolítica e histórica desprovista en gran medida de los grados de movilización internacional de recursos materiales y humanos, disciplina productiva y penurias sociales que se asociaron a dicho conflicto bélico.

¿Pero cómo es posible que Chomsky, uno de los principales intelectuales del siglo XX, sea capaz de dar este salto entre aceptar la posibilidad del “fin de toda sociedad humana organizada” durante este siglo y reducir la solución de dicha amenaza a lo que a todas luces no parecería ser más que una somera reestructuración (bastante tímida) de las finanzas capitalistas internacionales? ¡Quién sabe! Lo cierto, con todo, es que la respuesta de Chomsky ante la amenaza climática se encuentra muy por detrás no sólo de aquellas propugnadas por el campo del ecosocialismo e incluso del marxismo tradicional para lidiar con esta última, basadas en plantear la ligazón entre el problema de las causas que originaron la crisis ecológica y la necesidad de una política que se plantee la destrucción de la sociedad burguesa y la abolición de la propiedad privada de los medios de producción como un paso necesario en el enfrentamiento de la misma. Además, el tratamiento de Chomsky a la cuestión ecológica parece ser inferior al que caracteriza a todas aquellas tendencias teóricas que, tales como la teoría del decrecimiento o una serie de corrientes colapsistas, abogarían hoy por la imposición de drásticos planes de decrecimiento económico y de una disminución sustantiva de la actividad industrial y los niveles de consumo globales. Esto último en el marco de un proceso de “transición ecosocial” que no se reduciría a un mero cambio en la matriz energética y el impulso de las energías renovables, sino que implicaría, por el contrario, el tránsito entre un tipo de civilización (moderno-industrial) a otra de nuevo tipo, más capacitada para adaptarse a los nuevos escenarios planetarios que la crisis ecológica, el derrumbe energético y la escasez de recursos global traerán consigo.

Pero reducir el peligro de la catástrofe climática a la necesidad de un mero “impuesto verde” a la voraz economía de mercado capitalista no sería el único de los errores presentes en la respuesta de Chomsky. En realidad, son los propios “pilares argumentativos” que aquel utiliza para defender la posibilidad de una “transición energética” exitosa desde los combustibles fósiles a las llamadas “energías limpias” los cuales se encontraría erigidos, a mi juicio, sobre barro. Primero, porque es falso decir que las llamadas “energías limpias” sean, efectivamente, “limpias”, esto si tenemos en cuenta que la implementación de los sistemas energéticos basados en aquellas; por ejemplo, en los casos de la energía solar o eólica, dependen para su construcción de cantidades ingentes no sólo de materias primas asociadas a procesos extractivos altamente contaminantes (pensemos en las grandes cantidades de acero requeridas para la construcción de turbinas eólicas), sino que, además, del uso de extensos volúmenes de carbón, gas natural o incluso petróleo (recordemos aquí, entre otras cosas, las cuantiosas cantidades de carbón necesarias para la construcción de un solo panel solar). Un ejemplo contundente de lo anterior puede verse en la dependencia de un importante porcentaje de las plantas de hidrógeno (piénsese en las de tipo “gris” o “azul”) de vastas cantidades de gas natural para su funcionamiento. Todo esto sin quedar nunca claro que la reducción en el uso de combustibles fósiles que debería dar como resultado la implementación de estas tecnologías “limpias” sea capaz de compensar, efectivamente, un posible aumento exponencial de la “huella ecológica” de estas últimas en el marco de una supuesta transición energética exitosa3.

Segundo, porque es también falso asumir que una matriz energética basada en energías renovables podría llegar a satisfacer en el corto o mediano plazo el aporte energético que realizan hoy los combustibles fósiles a la economía mundial, esto por lo menos si lo que se busca es una replicación de los actuales patrones (ecológicamente inviables) de crecimiento económico. Algunos ejemplos de lo anterior serían tanto la virtual incapacidad que tendrían las plantas energéticas del llamado “hidrogeno verde” para convertirse en sistemas rentables en el mediano y largo plazo, así como también los enormes desafíos que tendrían algunas fuentes energéticas tales como la solar o eólica (altamente inestables) para satisfacer niveles de demanda energética sostenidos en el tiempo. Todo esto sin siquiera considerarse, de hecho, los importantes costos de mantención de estos sistemas, asociados igualmente al uso de materias primas altamente contaminantes y a una serie de insumos cuya fabricación dependería también del uso de energías fósiles4.

Pero los problemas argumentativos en la respuesta Chomsky no se reducen tampoco a los anteriores. En realidad, el principal de todos se refiere a que el peligro de la crisis climática y la posibilidad de un consecuente colapso planetario no podría circunscribirse ya a un problema ni meramente financiero (solucionable por una hipotética asignación de un 3% del PIB mundial) ni estrictamente técnico-ingenieril (solucionable por el avance de una transición energética exitosa). Esto último porque la magnitud de este problema habría rebasado ya hace mucho tiempo, de hecho, la “esfera de competencia” de los sistemas económicos y tecnológicos para desplazarse al ámbito de las relaciones geológicas y biofísicas del planeta en su conjunto, poniendo desde aquí en entredicho las propias capacidades tecnocientíficas (y económico-financieras) de la civilización contemporánea. En otras palabras, el problema que representarían los actuales niveles de dióxido de carbono en la atmósfera (cercanos ya a los 420 ppm), no vistos en millones de años en la Tierra, o bien los relacionados a los avances sin precedentes de la acidificación marina, del deshielo del Ártico o de las tasas de derretimiento del permafrost, constituirían hoy desafíos cuya solución escaparía en gran medida a cualquiera de nuestros desarrollos técnico-científicos y capacidades tecnológicas. En otras oportunidades he definido esta situación como la del desarrollo de una “insuficiencia tecnológica terminal” creciente de nuestra civilización para enfrentar los desafíos de la presente crisis planetaria5.

En el caso de las actuales concentraciones de CO2 atmosférico, por ejemplo, no existen ni existirán dentro de mucho tiempo (posiblemente muchas décadas o siglos), al menos no antes de que dichas concentraciones sigan disparándose hacia niveles que podrían prontamente garantizar que una gran parte de nuestro planeta se vuelva completamente inhabitable en el corto y mediano plazo, ningún tipo de tecnología capaz de lograr una disminución sustantiva de las mismas. En el caso de las llamadas “plantas de absorción” de CO2, por ejemplo, aquellas no han sido capaces todavía de remover ni siquiera una pequeña fracción (insignificante) de las más de 40 mil millones de toneladas de dióxido de carbono emitidas cada año por la sociedad industrial6. Algo similar ocurriría en el caso de otros problemas ecológicos tales como el ya referido aumento de los niveles de la acidificación marina, el incremento de los niveles oceánicos o incluso la proliferación cada vez inmanejable de chatarra espacial y el consecuente peligro que aquella representa para la mantención (inmediata) de los sistemas de telecomunicación contemporáneos; es decir, otra vez, problemas cada vez más amenazantes antes los cuales la humanidad no cuenta con ninguna tecnología realmente efectiva para hacerles frente, al menos no en el transcurso de las pocas décadas que nos quedarían antes de que dichos problemas alcancen proporciones que pongan en duda, prontamente, nuestra propia sobrevivencia como especie.

Foto1

¡Problemas insolucionables, tan insolucionables como aquellos a los que se enfrentaría cualquiera que buscase “restaurar” a su estado original una olla de arcilla o una botella de vidrio luego de que esta haya sido rota en mil pedazos al estrellarse, con toda la fuerza que podamos propinarle, en contra de un muro de concreto! ¿Restaurar una copa del más fino cristal luego de ser molida en pedazos? ¡Ni siquiera con la inversión de diez, cien, mil PIB mundiales sería posible! ¡Esto es justamente lo que hemos hecho con el mundo, el más bello de los cristales planetarios de nuestro sistema solar, volado en mil pedazos por el industrialismo ecocida! ¿Restaurar? ¿Solucionar? ¡Las pelotas! ¡Ya lo hemos destruido todo! ¡Ya lo hemos acabado todo! Y ninguna “inversión financiera” o “solución tecnológica” podrá evitar lo que se aproxima: ¡la muerte! ¡A morir entonces! ¡A morir… y a lucha por preservar lo que pueda ser preservado! ¡A morir y a esperar lo peor, para conquistar el socialismo como sea posible, en el planeta que tengamos y arrebatándole el futuro de las manos al mismo demonio si así fuese necesario! ¡Esa es la tarea de la revolución socialista durante el siglo XXI! ¡Esa es la tarea de los revolucionarios marxistas durante la nueva época de tinieblas que se aproxima! ¡Esa es la tarea del Marxismo Colapsista!

-Guy McPherson:
No hay escapatoria del evento de extinción masiva en curso. Solamente la arrogancia humana podría sugerir algo distinto. Nuestra situación es definitivamente terminal. No puedo imaginar que habrá un hábitat para el Homo sapiens más allá de unos años en el futuro. Poco después de que perdamos nuestro hábitat, todos los individuos de nuestra especie morirán. El calentamiento global ya pasó los dos grados centígrados por encima de la línea de base de 1750, esto tal como ha señalado el renombrado profesor Andrew Glikson en su libro de octubre del año 2020 “The Event Horizon”. Aquel escribió en la página 31 de dicho libro: “Durante el Antropoceno, el forzamiento de gases de efecto invernadero aumentó en más de 2.0 W/m2, equivalente a más de > 2 ° C por encima de las temperaturas preindustriales, lo cual constituye un evento (de cambio climático) abrupto llevado a cabo durante un periodo no mucho mayor que el de una generación”.

Entonces sí. Definitivamente hemos pasado el punto de no retorno en la crisis climática. Incluso el increíblemente conservador Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) admitió ya la irreversibilidad del cambio climático en su Informe especial del 24 de septiembre del 2019 sobre el océano y la criósfera en un clima cambiante. Una mirada rápida alrededor del planeta revelará asimismo eventos sin precedentes tales como incendios forestales, inundaciones y megasequías. La pandemia en curso es solamente uno de los muchos eventos que están comenzando a abrumar a los sistemas humanos y nuestra capacidad para responder de manera positiva.

Todas las especies se extinguen, incluidas más de media docena de especies del género Homo que ya han desaparecido. Según el artículo científico de Quintero y Wiens publicado en “Ecology Letters” el 26 de junio de 2013, la tasa proyectada de cambio ambiental es 10.000 veces más rápida a lo que los vertebrados pueden adaptarse. Los mamíferos tampoco pueden mantenerse con estos niveles de cambio, esto tal como señala el artículo de Davis y sus colegas publicado en “Proceedings of the National Academy of Sciences” el 30 de octubre del 2018. El hecho de que nuestra especie sea un mamífero vertebrado sugiere que nos uniremos a más del 99% de las especies que han existido en la Tierra y que ya se han extinguido. La única cuestión en duda es cuando. De hecho, la extinción humana podría haberse desencadenado hace varios años cuando la temperatura media global de la Tierra excedió los 1.5 grados centígrados por encima de la línea de base de 1750. Según una descripción general completa de esta situación publicada por el Sistema Europeo de Análisis de Estrategias y Políticas en abril del 2019, un “aumento de 1.5 grados es el máximo que el planeta puede tolerar; (…) en el peor de los casos, [tal aumento de la temperatura por encima de la línea de base de 1750 provocará] la extinción de la humanidad por completo”.

Todas las especies necesitan un hábitat para sobrevivir. Como informaron Hall y sus colegas en la edición de primavera del año 1997 del Boletín de la Sociedad de la Vida Silvestre: “Por lo tanto, definimos hábitat “como los recursos y las condiciones presentes en un área que producen la ocupación, incluida la supervivencia y la reproducción, de un organismo determinado. El hábitat es específico de cada organismo; se relaciona la presencia de una especie, población o individuo (…) con las características físicas y biológicas de un área. El hábitat implica más que vegetación o la estructura de dicha vegetación; es la suma de los recursos específicos que necesitan los organismos. Cada vez que un organismo es provisto de recursos que le permiten sobrevivir, ese es su hábitat”.

Incluso los tardígrados no son inmunes a la extinción. Más bien, son sensibles a las altas temperaturas, esto tal como se informa en la edición del 9 de enero del año 2020 de “Scientific Reports”. Strona y Bradshaw señalan allí que toda la vida en la Tierra está amenazada de extinción con un aumento de 5-6 grados centígrados en la temperatura promedio global. Estos biólogos plantean la cuestión de las co-extinciones como un factor determinante de la pérdida de toda la vida en la Tierra: “En una visión simplificada, la idea de la co-extinción se reduce a la conclusión obvia de que un consumidor no puede sobrevivir sin sus recursos”.

Desde la increíblemente conservadora entrada de Wikipedia titulada “Cambio climático” proviene esta información de apoyo: “El cambio climático incluye tanto el calentamiento global inducido por el hombre como sus impactos a gran escala en los patrones climáticos. Ha habido períodos anteriores de cambio climático, pero los cambios actuales son más rápidos que los de cualquier evento conocido en la historia de la Tierra”. La entrada de Wikipedia cita además el informe del 8 de agosto del 2019 “Cambio climático y Suelos”, publicado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC). El IPCC se encuentra entre los organismos científicos más conservadores en la historia. Aún así, aquel concluyó en 2019 que la Tierra estaba en medio del cambio ambiental más rápido de los vistos en la historia planetaria, esto último citando literatura científica en donde se llega a la siguiente conclusión: “Estas tasas de cambios a nivel global impulsadas por la acción humana superan con creces las tasas de cambio impulsadas por las fuerzas geofísicas o de la biósfera que han alterado la trayectoria del Sistema Tierra en el pasado (Summerhayes 2015; Foster et al. 2017); he incluso eventos geofísicos abruptos tampoco se acercan a las tasas actuales de cambio impulsado por el ser humano”.

La entrada de Wikipedia también señala las consecuencias del tipo de cambio climático abrupto actualmente en curso, incluída la expansión del desierto, las olas de calor y los incendios forestales que se vuelven cada vez más comunes, el derretimiento del permafrost, el retroceso de los glaciares, la pérdida de hielo marino, el aumento de la intensidad de las tormentas y otros eventos ambientales extremos, esto junto con la extinción generalizada de especies. Otra cuestión relevante por mencionar es el hecho de que la Organización Mundial de la Salud ha definido ya al cambio climático como la mayor amenaza para la salud mundial en el siglo XXI. La entrada de Wikipedia continúa: “Bajo el Acuerdo de París de 2015, las naciones acordaron colectivamente mantener el calentamiento ‘muy por debajo de los 2.0 grados C (3.6 grados F) a través de esfuerzos de mitigación’”. Pero el profesor Andrew Glikson ya señaló como dijimos en su mencionado libro “The Event Horizon” que la marca de los 2 grados centígrados está ya detrás de nosotros. Además, el IPCC también admitió como ya indicamos la irreversibilidad del cambio climático en su Informe especial sobre el océano y la criósfera. Por lo tanto, el 2019 fue un año excepcional para el IPCC, ya que concluyó que el cambio climático es abrupto e irreversible.

¿Qué tan conservador es el IPCC? Incluso la conservadora y reconocida revista BioScience incluye un artículo en su edición de marzo del 2019 titulado “El lenguaje estadístico respalda el conservadurismo en las evaluaciones del cambio climático”. El documento de Herrando-Pérez y colegas incluye esta información: “Descubrimos que el tono del lenguaje probabilístico del IPCC es notablemente conservador (…) emanando este tono de las propias recomendaciones del IPCC, la complejidad de la investigación climática y de la exposición a debates motivados políticamente. Aprovechar la comunicación de la incertidumbre con un consenso científico abrumador sobre el cambio climático antropogénico debería ser uno de los elementos de una reforma más amplia, mediante la cual la creación de un grupo de trabajo de divulgación del IPCC podría mejorar la transmisión de la ciencia climática a las audiencias del panel”. Contrariamente a la conclusión de Herrando-Pérez y sus colegas, no puedo imaginar que el IPCC esté realmente interesado en transmitir ciencia climática precisa a sus audiencias. Después de todo, como señaló el profesor Michael Oppenheimer en el año 2007, el gobierno de Estados Unidos durante la administración Reagan “vio la creación del IPCC como una forma de evitar que el activismo estimulado por mis colegas y por mí controle la agenda política”.


2. ¿Se ha convertido la especie humana en una plaga para el planeta? Si es así, ¿cómo podemos conciliar aún la supervivencia de la vida en la Tierra con la promoción de los valores modernos tradicionales asociados a la defensa de los derechos humanos y sociales (que requieren el uso de grandes cantidades de recursos globales) en el contexto de un potencial aumento de la población mundial durante este siglo que pueda llegar hasta los doce mil millones de habitantes? Esto último en un escenario en el cual (según varios estudios) el número máximo de humanos que la Tierra podría haber soportado sin una alteración catastrófica de los ecosistemas no debió haber superado nunca los mil millones. ¿Puede el concepto moderno de democracia liberal (o incluso socialista) y sus principios supuestamente asociados de libertad individual, de género y cultural sobrevivir a nuestra aparente situación geológica terminal, o será necesario encontrar nuevos modelos de organización social, por ejemplo, en los presentes en varias sociedades indígenas o nativas? ¿Pueden los derechos de sobrevivencia de las especies vivas, los derechos humanos y el concepto de libertad individual moderna conciliarse armoniosamente en el contexto de un inminente desastre ecosocial global? (Marxismo y Colapso)

-Noam Chomsky:
Comencemos con el crecimiento de la población. Existe un método factible y humano para restringir eso: la educación de las mujeres. Esto tiene un efecto importante sobre la fertilidad tanto en las regiones ricas como en las pobres, y debería facilitase de todas maneras. Los efectos son bastante sustanciales, lo cuales han llevado actualmente a una fuerte disminución de la población en algunas partes del mundo desarrollado. El ejemplo podría ser generalizado.

Las medidas para defenderse del “desastre ecosocial global” pueden y deben avanzar en paralelo con un cambio social e institucional para promover valores de justicia, libertad, ayuda mutua, responsabilidad colectiva, control democrático de las instituciones, preocupación por otras especies y de armonía con la naturaleza, valores que son comúnmente defendidos por las sociedades indígenas y que tienen además profundas raíces en las luchas populares de las llamadas “sociedades desarrolladas” en las cuales, desafortunadamente, el desarrollo material y moral han estado con demasiada frecuencia poco correlacionados.

-Miguel Fuentes:
Las alusiones de Chomsky a la promoción de la educación de las mujeres y los valores sociales de la justicia, la libertad, la ayuda mutua y la armonía con la naturaleza, en tanto “valores morales” desconectados de una crítica más amplia al sistema industrial, el capitalismo y la sociedad de clases en el seno de donde se han generado y agravado amenazas tales como el calentamiento global, se transforman en meras frases de buenas intenciones. Por el contrario, estos principios deben ser pensados, para llegar a ser efectivos de cara a los desafíos que enfrenta la humanidad actualmente y del tipo de crisis civilizatoria que está comenzando a desarrollarse como producto de la crisis ecosocial múltiple (ecológica, energética y de recursos) que avanza a nivel global, cuando mínimo, en el contexto de una transformación social de gran escala que pueda plantear la supresión del sistema económico industrial ecocida y su reemplazo por uno en el cual la producción, el intercambio y la distribución puedan ser planificados de acuerdo con las necesidades sociales.

Ahora bien, incluso una aproximación a estos problemas de tipo socialista tradicional como la anterior, se queda también corta para dar cuenta del tipo de amenazas planetarias que tenemos al frente. Digámoslo así, la discusión en torno a la crisis ecológica y el resto de los peligros existenciales que hoy penden sobre el destino de nuestra civilización en realidad sólo comienza, no termina, al conferirle a la misma una adecuada contextualización marxista. Una de las razones de fondo de esto es que el propio proyecto socialista tradicional en todas sus variantes (incluidas sus versiones más recientes de tipo ecosocialistas), sería ya también completamente insuficiente para responder a la magnitud epocal de los peligros que estamos comenzando a enfrentar como especie. Es decir, un tipo de problemas y amenazas que ninguno de los teóricos de la revolución social durante los últimos siglos, desde Marx y Engels hasta algunos de los actuales referentes del ecosocialismo tales como Bellamy Foster o Michael Lowy, jamás imaginaron posibles7.

Uno de estos problemas de nuevo tipo a los que se enfrentarían las teorías revolucionarias hoy sería el de los actuales ritmos de crecimiento demográfico descontrolado de la humanidad, los cuales nos conferirían ya la condición de, si tenemos en cuenta el papel absolutamente destructivo que nuestra especie viene ejerciendo sobre el conjunto de la biosfera, una de las peores plagas biológicas (en este caso, “biosocial”) existentes hasta nuestros días, una que sería incluso comparable en su poder destructivo a aquella que representaron las cianobacterias que gatillaron el primer evento de extinción masiva de la Tierra hace unos 2400 millones de años, aunque en nuestro caso a un ritmo incluso más acelerado y “eficiente” que el de estas últimas. ¿Demasiado brutal esta afirmación? Puede ser, desde un punto de vista humanista-ilustrado ajeno al tipo de problemas a los que nos enfrentamos hoy, aunque no desde uno eminentemente científico. ¿O acaso puede quedar alguna duda para cualquier ecólogo que estudie los patrones de comportamiento, uso de recursos y destrucción de hábitats asociados a nuestra especie nuestra condición de plaga planetaria? ¿Demasiado brutal esta afirmación? ¡Díselo a las más de 10.000 especies naturales que se extinguen cada año como resultado del rol de una sola especie en el planeta: la nuestra! ¡Díselo a los miles de millones de animales muertos en los grandes incendios de Australia o el Amazonas hace algunos años! ¡Díselo a los osos polares, los koalas, las liebres pika, los tigres, leones, elefantes, que sucumben cada año como producto de lo que le hemos hecho a la Tierra! Muy bien, somos entonces una “plaga”, aunque este término sólo serviría para clasificarnos en tanto “especie biológica”, siendo por lo tanto una definición demasiado “limitada” y carente de cualquier perspectiva social e histórica. ¿Cierto?8

No precisamente. El hecho de que poseamos sistemas sociales y culturales que nos diferencien del resto de mamíferos complejos no significa que nuestra condición de “plaga terrestre” hoy deba remitirse solamente al ámbito biológico, sino que esta condición debería presentar también un cierto correlato en el terreno social y cultural. Esto último, a pesar de que esta condición de “plaga del mundo” haya sido adquirida por nuestra especie en el marco de un tipo particular de sociedad, modo de producción y marco de relaciones históricas específicas, características de la modernidad industrial. De hecho, más allá de la posición y el rol diferenciado de los diversos sectores sociales que componen la estructura productiva y los sistemas socioeconómicos del sistema industrial (por ejemplo, los sectores explotadores y explotados), sería en realidad la humanidad en su conjunto: ricos y pobres, empresarios y obreros, hombres y mujeres, quienes compartirían (compartiríamos) una misma responsabilidad en tanto especie (aunque es cierto, de forma diferenciada) en el actual desastre planetario. Un ejemplo de lo anterior. Todo lo que producen hoy las grandes multinacionales, hasta el último grano de arroz o el último fragmento de plástico, es consumido por alguien, aquello ya sea en París o Londres, o bien en Chisinau, Calcuta o La Paz. Recordemos, asimismo, que incluso las plagas biológicas (tales como las de las langostas) pueden presentar patrones de consumo diferenciados al nivel de sus poblaciones, existiendo por lo tanto ciertos sectores de las mismas que estarán capacitados para consumir más y otros que deberán consumir menos. Con todo, no porque un sector de una determinada plaga biológica consuma menos (o mucho menos), este sector debería ser necesariamente considerado como no perteneciente a dicha plaga en cuestión.

Chile

Otro ejemplo de lo mismo. A menudo se afirma en círculos marxistas (a veces los números varían de acuerdo con cada estudio) que el 20% de la humanidad consume el 80% de los recursos planetarios. Esto quiere decir, llevando lo anterior a cifras redondas, que aproximadamente 1.600.000.000 de personas (asumiendo una población total de 8 mil millones) serían los consumidores de ese 80% de recursos planetarios; ósea, un número que equivaldría aproximadamente a tres veces la población europea actual. En otras palabras, lo que esta frase nos dice realmente es que un segmento de la población mundial muchísimo más vasto que el de las elites capitalistas (o sus servidores políticos) tendría también una responsabilidad directa, grotesca incluso, en los patrones de consumo insostenibles que han venido agravando la actual crisis planetaria. O bien, dicho en términos más “marxistas”, que un gran porcentaje (o incluso la totalidad) de las clases obreras y los sectores populares de Europa, Estados Unidos y una parte significativa de las existentes en América Latina u otras de las regiones de los llamados “países en desarrollo”, serían también “cómplices directos”, al menos en lo referente a la reproducción del actual estilo de vida urbano moderno ecocida, en la destrucción de nuestro planeta.

Pero ampliemos la discusión al 80% de la humanidad restante; ósea, a los aproximadamente 6.400.000.000 de personas que consumen el 20% de los recursos planetarios utilizados en un año. De partida, digamos que un 20% de los recursos globales tampoco es un porcentaje despreciable, representando de hecho un quinto de los mismos y encontrándose asociada su producción también a niveles sustanciales y sostenidos de destrucción ambiental. Esto último en el contexto de una población mundial en constante crecimiento que, posiblemente, no debió jamas haber superado los mil millones de habitantes, esto para que hubiéramos podido hoy estar en condiciones de detener o frenar el desastroso impacto que estamos teniendo sobre los ecosistemas. No olvidemos igualmente que el número de personas incluidas en este 80% de la población mundial constituiría una cifra más de cuatro veces superior a la población humana hacia comienzos de siglo XX, constituyendo por lo tanto la cantidad de recursos básicos necesarios para la sobrevivencia de dicho sector una presión inevitable sobre el conjunto de los sistemas naturales, esto incluso en el caso de que los niveles de consumo de aquel se mantengan en rangos mínimos.

En definitiva, no existe por lo tanto duda alguna de que la humanidad (en tanto humanidad) sí ha devenido en una de las peores plagas planetarias de la historia de la vida terrestre, constituyendo esto un problema en sí mismo (fundamental) para el pensamiento revolucionario contemporáneo y, más en general, para el conjunto de las ciencias humanas y sociales. Es decir, un problema que hoy por hoy no sería solucionable por un mero cambio en el modo de producción, la estructura de clases o el sistema sociopolítico, sino que estaría asociado a la propia “genética” del desarrollo de la sociedad industrial, basada en una determina forma particularmente destructiva (voraz) de relación humanidad-naturaleza, la cual se encontraría a la vez en la base de todos los modelos posibles y concebibles (capitalistas, socialistas o de cualquier otro tipo) de la misma. Esto último, así sea en el marco de una economía neoliberal de mercado o bien una de tipo socialista y/o colectivista planificada. Es la sociedad industrial y la sociedad de masas en todas sus variantes, sean capitalistas o socialistas, sus megaciudades, sus niveles productivos, sus patrones de consumo y estilos de vida, su “espíritu antropocéntrico”, asociados con unos determinados patrones demográficos en el cual la Tierra es concebida como un mero espacio destinado al consumo y la reproducción humana, el principal problema.

¿Es posible conciliar los actuales niveles de sobrepoblación con los requerimientos de la sobrevivencia de nuestra especie? No. Hemos devenido en una plaga planetaria y seguiremos siendo una plaga planetaria hasta el momento en que, por las buenas o por las malas (casi seguro por las malas) nuestro número se reduzca sustancialmente y se quede allí, en los niveles mínimos posibles, por lo menos durante algunos siglos o milenios. ¿Es posible solucionar el problema de la sobrepoblación y a la vez defender la legitimidad de los valores modernos tradicionales asociados a la promoción de los derechos humanos y sociales, al menos tal como estos valores han sido comprendidos en los últimos siglos? No. La modernidad ha fracasado. La modernidad está muerta. Vamos a tener que replantear cada uno de nuestros valores, incluidos los más básicos, todos. Vamos a tener que pensar de nuevo qué somos, donde vamos y de donde venimos. La sola existencia de casi 8 mil millones de personas hoy sobre nuestro planeta y, más aún, el probable aumento de esta cifra a una que llegue a los 10 o incluso 12 mil millones es no sólo incompatible con la realización de los propios ideales y valores democráticos modernos en todas sus variantes (capitalistas o socialistas), aquello simplemente porque no existirán ni de lejos los recursos necesarios para asegurarlos en un contexto demográfico semejante (simplemente, el agua y la comida no alcanzarán), sino que, además, con la propia sobrevivencia del conjunto de nuestra especie y, posiblemente, de toda la vida compleja existente en la Tierra. Nuestra situación es terminal. La modernidad está muerta. La democracia está muerta. El socialismo está muerto. Y si queremos que estos conceptos: democracia o socialismo, tengan realmente algún valor de cara al cataclismo que se aproxima, deberemos entonces repensarlos siendo un poco más humildes de lo que hemos sido hasta ahora.

La civilización moderna ha dado algunos de los mejores frutos del desarrollo social de la humanidad, pero también los peores. Somos de alguna manera como el hermano menor de una gran familia cuyos éxitos a temprana edad lo volvieron engreído, estúpido y que pensándose “dueño del mundo”, comenzó a perderlo todo. Nosotros somos ese joven. Deberíamos por lo tanto callarnos, guardarnos nuestras ideologías (capitalistas y socialistas) en el bolsillo, y comenzar a aprender un poco más de nuestros más modestos, pausados y equilibrados “hermanos mayores”; por ejemplo, cada una de las sociedades tradicionales o indígenas que, mientras que la sociedad industrial no habría siquiera cumplido tres siglos antes de poner en riesgo su propia existencia y la de todas las demás culturas del planeta, han podido asegurar su subsistencia por centurias y en algunos casos incluso milenios. Esto último, con frecuencia, en el marco del desarrollo de sistemas sociales mucho más respetuosos de los equilibrios ecológicos y ecosistémicos que son, a fin de cuentas, ante la mirada del largo trayecto de la evolución de las especies, los que realmente importan para el desarrollo de cualquier sociedad… esto porque sin especies (sean animales o vegetales) cualquier cultura humana es imposible. ¿Progreso científico y tecnológico? ¡Excelente idea! ¿Pero quizás podríamos tomar la ruta larga, pensar un poco más las cosas, y lograr lo mismo que hemos logrado hoy en dos siglos, pero quizás demorándonos un poco más, por ejemplo, diez, veinte o incluso cien siglos? Mal que mal, ¿quién nos apura? Aprendamos de la tortuga que, quizás por lenta, ha sobrevivido más de 220 millones de años en la Tierra, esto hasta que llegamos nosotros (que en tanto Homo sapiens no tenemos más de 250.000 años) y la pusimos en peligro.

-Guy McPherson:
Como los ecologistas han venido señalando durante décadas, los impactos ambientales son el resultado del tamaño de la población humana y los niveles de consumo de dichos humanos. La Tierra puede albergar a muchos más cazadores-recolectores que capitalistas que buscan más posesiones materiales. Lamentablemente, estamos atrapados con lo último en lugar de lo primero. Los ecologistas han propuesto cambios en el comportamiento humano desde al menos los inicios del siglo XX. Estas recomendaciones han caído en oídos sordos. Ahora bien, aún cuando sea posible lograr sustanciales cambios en dicho comportamiento y de que aquellos den por resultado una efectiva ralentización o detención de la actividad industrial, es discutible que lo anterior constituya un medio útil para asegurar nuestra supervivencia continua. Una de las razones de lo anterior radica en el conocimiento de lo que podría implicar para la crisis climática el efecto del “enmascaramiento de los aerosoles”.

El efecto de “enmascaramiento climático” de los aerosoles se ha discutido en la literatura científica desde al menos 1929, el cual consiste en lo siguiente: al mismo tiempo que la actividad industrial produce gases de efecto invernadero que atrapan parte del calor resultante de la luz solar que llega a la Tierra, aquella también produce pequeñas partículas que impiden que dicha luz solar toque siquiera la superficie del planeta. Estas partículas, llamadas “aerosoles”, actúan así como una especie de paraguas que evita que una parte de la luz del sol llegue a la superficie terrestre (de aquí que este fenómeno haya sido también denominado bajo el nombre de “ensombrecimiento global”)9. En otras palabras, estas partículas (aerosoles) evitan que una parte de los rayos del sol penetren en la atmósfera y, por lo tanto, impiden un calentamiento adicional del planeta. Esto quiere decir, entonces, que los niveles actuales de calentamiento global serían, de hecho, mucho menores a los que deberían asociarse a los volúmenes de gases de efecto invernadero presentes hoy en la atmósfera (de allí la designación de este fenómeno como de “enmascaramiento climático”). Ósea, la situación del calentamiento global hoy sería en realidad muchísimo más grave de lo que nos indican no sólo las ya altísimas temperaturas globales, sino que, además, las propias proyecciones (ya catastróficas) del aumento de las mismas durante las próximas décadas. Esto último sobre todo si consideramos la posibilidad (optimista) de una futura reducción de la cantidad de aerosoles presentes en la atmósfera como efecto de una potencial baja de las emisiones de gases de invernadero durante los próximos años, lo cual debería producir, paradójicamente, un aumento drástico de las temperaturas globales.

Globales

En otras palabras, las temperaturas globales hoy deberían ser no solamente mucho más altas de lo que son actualmente, sino que, además, el aumento esperado de las mismas deberá ser necesariamente mucho mayor a lo que nos sugieren la mayoría de los modelos climáticos. Según el padre de la ciencia climática, James Hansen, los aerosoles se demoran aproximadamente cinco días en caer desde la atmósfera a la superficie. Se han publicado más de dos docenas de artículos revisados ​​por pares sobre este tema y el último de ellos indica, por ejemplo, que la Tierra se calentaría en un 55% adicional en caso de perderse el efecto de “enmascaramiento” de los aerosoles, lo cual debería suceder, como dijimos, como resultado de que una disminución o modificación notable de la actividad industrial genere una reducción considerable de la emisión de gases de invernadero, produciéndose así con ello un potencial aumento adicional (súbito) de la temperatura de la superficie de la Tierra en alrededor de un 133% a nivel continental. Este artículo fue publicado en la prestigiosa revista “Nature Communications” el 15 de junio del año 2021. En conclusión, la pérdida o disminución sustantiva de los aerosoles en la atmósfera podría llevarnos, por lo tanto, a un potencial aumento en más de 3 grados centígrados de calentamiento global por encima de la línea de base de 1750 de manera muy rápida. Me resulta muy difícil imaginar a muchas especies naturales (incluyendo la nuestra) siendo capaces de resistir este veloz ritmo de cambio ambiental.

En realidad, un evento de extinción masiva ha estado ya en marcha desde al menos 1992. Esto fue reportado por el profesor de Harvard Edward O. Wilson, el llamado “padre de la biodiversidad”, en sus libros de los años 1992 y 2002 “La diversidad de la vida” y “El futuro de la vida”, respectivamente. El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente informó además en agosto del 2010 que cada día conducíamos a la extinción de unas 150 a 200 especies. Este sería así al menos el octavo evento de extinción masiva en la Tierra. La literatura científica finalmente reconoció el evento de extinción masiva en curso el 2 de marzo del 2011 en “Nature”. Una investigación posterior en esta línea fue publicada el 19 de junio del 2015 en “Science Advances” a cargo del biólogo conservacionista Gerardo Ceballos y sus colegas titulado “Pérdidas aceleradas de especies modernas inducidas por el hombre: entrando en la sexta extinción masiva”. Coincidiendo con la publicación de este artículo, el autor principal Ceballos afirmó que “la vida tardaría muchos millones de años en recuperarse y que nuestra especie probablemente desaparecería pronto”. Esta conclusión se encuentra respaldada por trabajos posteriores que indican que la vida terrestre no se recuperó de los eventos de extinción masiva previos durante millones de años.

Es cierto con todo que las perspectivas indígenas pueden ayudarnos a comprender los eventos en curso. Sin embargo, estoy convencido de que el racionalismo es clave para dar una respuesta positiva a estos eventos.

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