Una mirada sobre un texto enigmático de Julio Cortázar
Axolotl, el cuento de Cortázar que revela la condición de artista
El axolotl como artista: una lectura del cuento de Julio Cortázar
Axolotl, uno de los relatos más inquietantes de Julio Cortázar, ha sido interpretado desde diversas claves: metafísica, existencial, simbólica. Sin embargo, cabe una lectura que lo vincule directamente con concepción romántica del artista: aquel ser excéntrico, de algún modo incomprendido, cuya mirada no se ajusta a la norma social, sino que se hunde en un tiempo propio, contemplativo, “diferente”.
Esta lectura sitúa a los axolotl como metáforas vivientes del artista, y al narrador como un hombre atrapado, incluso transfigurado, por esa condición.
Julio Cortázar, durante su infancia en Banfield, Argentina, fue un niño enfermizo que pasó largos periodos en cama debido a su salud frágil. Este confinamiento lo llevó a sumergirse en la lectura desde temprana edad, desarrollando una imaginación vívida y una sensibilidad particular hacia lo extraño y lo marginal.
Esta experiencia de aislamiento y contemplación se refleja en su cuento "Axolotl", donde el narrador, fascinado por la inmovilidad y la mirada de los axolotl en un acuario, experimenta una transformación que lo lleva a identificarse completamente con estas criaturas . El axolotl, un anfibio que permanece en estado larval toda su vida, simboliza la otredad y la introspección, temas recurrentes en la obra de Cortázar.
Así, podemos ver cómo la enfermedad y el aislamiento en la infancia de Cortázar no solo lo acercaron a la literatura, sino que también influyeron en su fascinación por la naturaleza del hombre despierto, que comprende la vida de un modo
profundo. Hombre despierto que encarnan estos anfibios mexicanos cuya quietud, el misterio y la alteridad son dignos de curiosidad social.
La fascinación: la mirada dorada del arte
“Sus ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.”
Desde el inicio del cuento, el narrador se ve atrapado por esa mirada sin pupilas ni iris, discos dorados que lo absorben sin juicio, sin opinión, sin prisa. Esa mirada bien podría encarnar la mirada del arte: despojada de utilidad, profundamente contemplativa, portadora de una visión ajena al mundo cotidiano. El dorado, color de la proporción áurea, simboliza aquí un ideal de belleza que traspasa la función y se asocia con lo eterno.
Tiempo inmóvil: la respiración del artista
“Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado… abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente.”
El axolotl no actúa. No huye, no produce, no responde. Su existencia es silenciosa, inmóvil, pero llena de significado para quien se detiene a mirar. Así también el artista: en su aparente pasividad, elabora mundos, construye sentidos que escapan al tiempo acelerado de la utilidad. Es un habitante de otro ritmo, uno que requiere espera, receptividad y una sensibilidad especial.
El artista como excéntrico: observado y desplazado
En su forma de vivir, el axolotl es un excéntrico. Como el artista visto desde el tópico romántico, no encaja del todo: es observado como un fenómeno, como un enigma.
“El vigilante del acuario me miraba con desconfianza, yo creo que sospechaba algo.”
El narrador también se vuelve excéntrico, y en ese exceso de observación comienza a ser él mismo parte del extraño espectáculo. Como si el cuento retratara el momento en que el autor, inmovilizado por una enfermedad, adopta la mirada que precede a cualquier actividad de artista.
La transmigración: el arte como experiencia transformadora
“Ahora soy un axolotl.”
La identificación llega a un punto irreversible. El narrador ya no observa: habita. En un gesto de transmigración mística, el artista deja de estar frente a la obra para convertirse en ella. Lo que Cortázar articula aquí es una de las grandes intuiciones del romanticismo: que el arte transforma al sujeto, lo saca de sí mismo, lo lanza a otra forma de ser.
“De pronto vi mi cara contra el vidrio… entonces mi cara se apartó y yo comprendí.”
La comprensión llega tarde, como suele llegar la verdad del arte: cuando ya es imposible volver.
La mirada invertida: el artista nos observa
En el desenlace del cuento, se produce el giro más perturbador: los axolotl, que parecían ser los observados, son en realidad los que observan. El arte, como los axolotl, devuelve la mirada. No es objeto pasivo, sino sujeto silencioso. Como dijo Cortázar en una entrevista:
“La literatura es una forma de entrar a un orden secreto de la realidad, algo que está escondido pero que está ahí, esperando ser visto.”
Esa visión secreta es la que sostiene la condición del artista como un axolotl: encerrado en su mundo, a veces incomunicado, pero portador de una mirada que traspasa las apariencias. Cortázar, en su propia memoria infantil, decía: “Pasé mi infancia en una bruma llena de duendes y elfos, con un sentido del espacio y del tiempo diferente al de los demás.”
Ese espacio fuera del tiempo, ese lugar encantado, es también el acuario desde el que se escribe la literatura.
Conclusión: arte, encierro y revelación
Axolotl es, en el fondo, un ensayo narrativo sobre la condición del artista. Nos muestra la transición de la mirada exterior a la interior, del espectador al observado, del humano al axolotl. Es la historia de una metamorfosis que se consuma en silencio, sin escándalo, pero con consecuencias irreversibles.
Allí, tras el vidrio, está el artista: mirándonos, mudo, dorado, lento. Esperando que también nosotros veamos desde el otro lado.